Su cara parecía un triángulo invertido, de frente ancha las cejas pobladas y renegridas se juntaban con el nacimiento de su abultado cabello que caía encrespado llegando casi hasta sus pestañas largas color azabache, si por casualidad alguna se salía navegaba a sus anchas en el azul de sus ojos serenos. Separados sutilmente por una nariz fina y respingada enmarcada por mejillas rosáceas y rebosantes, rara mezcla germánica que terminaba en un mentón puntiagudo tipo bruja sobre escoba.
Aunque pequeños, los orificios de su nariz eran poblados por densos pelos, en los cuales muy a menudo se le colgaba algún moco fastidioso que extraía con sus regordetes dedos para pegarlos bajo la mesa.
Su boca parecía un punto, esto no carece de lógica ya que la terminación en triángulo de su cara no daba espacio para mucho más. Lo que le imponía un toque antipático, si tenemos en cuenta que para no mostrar sus picados dientes no sonreía muy a menudo, además del mal aliento que emanaba de esa pequeña abertura que parecía un volcán en erupción por sus constantes eructos producidos por la acidez estomacal que padecía, junto con un olor a ajo que por más que intentara lavarse los dientes con un minúsculo cepillo (comprado especialmente no en la farmacia sino en la ferretería), no lograba evitar ese olor hediondo proveniente de sus tripas.
La piel no era muy lozana que digamos, rosada sí, pero por el constante reflujo estomacal que padecía siempre irrumpía algún desagradable grano con pus amarillo verdoso, que reventaba también con sus regordetes dedos. Esos desagradables granos eran producidos no por ser una adolescente, sino porque las tripas de Doña Rosario de noventa y dos años ya estaban en decadencia. También algún que otro pelo perdido sobre una verruga junto a su comisura izquierda, que era resistente a cualquier intento de extracción al que era sometido. Pareciera que las pinzas de depilar se resistían a semejante empresa.
Aunque la descripción que antecede daría indicios de un persona falta de cultura, todo lo contrario, Doña Rosario que dicho sea de paso se llamaba así no porque había nacido en aquella ciudad o porque fuera devota de la Virgen, su madre la habría bautizado con dicho nombre por el rosario de puteadas que emanaba de su pequeña boca cuando niña y peleaba a la par de sus seis hermanos varones, en venganza también por no haber nacido varón, era el séptimo y su madre con tendencias partidarias quería que fuera apadrinado por el presidente, hecho que quedó abortado por un …pedacito.
Otros vecinos de la zona dicen que su nombre Rosario provendría de su piel blanquísima cuando joven y sus ojos azules, descendiente de lo ario, de raza aria, pero en masculino porque estaban encaprichados con el varón.
Alguna maldición parecía que perseguía a la familia de Rosario, que aunque querían varón y salió nena, era tan varonera que traía con ella un cúmulo de problemas que hacían que su madre siempre le gritara: - ¡Esto es castigo de Dios, por desear tanto un varón! Al llegar la edad escolar la internaron pupila en el Convento de la Anunciata, rebelde al principio, las monjas lograron domarla e introducirla en los estudios de filosofía, historia, francés, matemáticas, cocina y manualidades, tenía las mejores notas, y habían logrado que fuera toda una damita. Al llegar a los diecisiete y convertirse en señorita, llegó al convento un curita joven que parecía que no tenía muchas ganas de andar respetando el celibato de la última Bula papal, mirada va, mirada viene, Rosario y el curita terminaron en arrumacos y demás acontecimientos en el granero, junto a las gallinas, chanchos, mulas. Pasaron nueve lunas y aunque a toda costa Rosario intentaba fajarse, al final estalló la bomba a la que le pusieron Pedro, no sabemos si les gustó el nombre o fue simplemente por el discípulo de Jesús.
El curita revoleó la sotana, se fugó con Rosario y Pedro y tuvieron seis varones más, el último apadrinado por Marcelo T. de Alvear. Estuvieron juntos setenta años, cuando el curita murió, a Doña Rosario la internaron en un geriátrico, no se sabe si de bronca o de pura tristeza nomás, empezó a las andadas, tal vez esperando otro curita que ya no podrá ser…anda con los mocos colgando, a veces los pega debajo de alguna mesa y ni que hablar de los eructos y flatulencias que deben aguantar sus compañeras de cuarto…
Cuento
Graciela Pera
Noviembre 2009
Aunque pequeños, los orificios de su nariz eran poblados por densos pelos, en los cuales muy a menudo se le colgaba algún moco fastidioso que extraía con sus regordetes dedos para pegarlos bajo la mesa.
Su boca parecía un punto, esto no carece de lógica ya que la terminación en triángulo de su cara no daba espacio para mucho más. Lo que le imponía un toque antipático, si tenemos en cuenta que para no mostrar sus picados dientes no sonreía muy a menudo, además del mal aliento que emanaba de esa pequeña abertura que parecía un volcán en erupción por sus constantes eructos producidos por la acidez estomacal que padecía, junto con un olor a ajo que por más que intentara lavarse los dientes con un minúsculo cepillo (comprado especialmente no en la farmacia sino en la ferretería), no lograba evitar ese olor hediondo proveniente de sus tripas.
La piel no era muy lozana que digamos, rosada sí, pero por el constante reflujo estomacal que padecía siempre irrumpía algún desagradable grano con pus amarillo verdoso, que reventaba también con sus regordetes dedos. Esos desagradables granos eran producidos no por ser una adolescente, sino porque las tripas de Doña Rosario de noventa y dos años ya estaban en decadencia. También algún que otro pelo perdido sobre una verruga junto a su comisura izquierda, que era resistente a cualquier intento de extracción al que era sometido. Pareciera que las pinzas de depilar se resistían a semejante empresa.
Aunque la descripción que antecede daría indicios de un persona falta de cultura, todo lo contrario, Doña Rosario que dicho sea de paso se llamaba así no porque había nacido en aquella ciudad o porque fuera devota de la Virgen, su madre la habría bautizado con dicho nombre por el rosario de puteadas que emanaba de su pequeña boca cuando niña y peleaba a la par de sus seis hermanos varones, en venganza también por no haber nacido varón, era el séptimo y su madre con tendencias partidarias quería que fuera apadrinado por el presidente, hecho que quedó abortado por un …pedacito.
Otros vecinos de la zona dicen que su nombre Rosario provendría de su piel blanquísima cuando joven y sus ojos azules, descendiente de lo ario, de raza aria, pero en masculino porque estaban encaprichados con el varón.
Alguna maldición parecía que perseguía a la familia de Rosario, que aunque querían varón y salió nena, era tan varonera que traía con ella un cúmulo de problemas que hacían que su madre siempre le gritara: - ¡Esto es castigo de Dios, por desear tanto un varón! Al llegar la edad escolar la internaron pupila en el Convento de la Anunciata, rebelde al principio, las monjas lograron domarla e introducirla en los estudios de filosofía, historia, francés, matemáticas, cocina y manualidades, tenía las mejores notas, y habían logrado que fuera toda una damita. Al llegar a los diecisiete y convertirse en señorita, llegó al convento un curita joven que parecía que no tenía muchas ganas de andar respetando el celibato de la última Bula papal, mirada va, mirada viene, Rosario y el curita terminaron en arrumacos y demás acontecimientos en el granero, junto a las gallinas, chanchos, mulas. Pasaron nueve lunas y aunque a toda costa Rosario intentaba fajarse, al final estalló la bomba a la que le pusieron Pedro, no sabemos si les gustó el nombre o fue simplemente por el discípulo de Jesús.
El curita revoleó la sotana, se fugó con Rosario y Pedro y tuvieron seis varones más, el último apadrinado por Marcelo T. de Alvear. Estuvieron juntos setenta años, cuando el curita murió, a Doña Rosario la internaron en un geriátrico, no se sabe si de bronca o de pura tristeza nomás, empezó a las andadas, tal vez esperando otro curita que ya no podrá ser…anda con los mocos colgando, a veces los pega debajo de alguna mesa y ni que hablar de los eructos y flatulencias que deben aguantar sus compañeras de cuarto…
Cuento
Graciela Pera
Noviembre 2009