domingo, 29 de agosto de 2010

El padre es el hijo y el hijo es el padre?


Me hice ésta pregunta al mejor estilo, Ser o no Ser, ese es el dilema. Estaba tomando un café y viendo las noticias cuando de pronto aparece un conocido periodista ofuscadísimo, portador de igual apellido que un filósofo del canal Encuentro, tratando de educar a un padre para que a su vez éste eduque a su hijo. Me siento confusa porque no sé hasta qué punto un hombre de los medios puede desarrollar semejante tarea y con que derecho.
No sé si el hombre había ido al consultorio del Dr. Jury, ése, el de los famosos, porque la verdad en éste mundo en el cual está todo invertido, parecía tener menos edad que el hijo, pero lo que me llamó poderosamente la atención más que su tersa piel, sus dientes blanqueados y su abundante cabellera, era que estaba apoyando la toma de un colegio con su primogénito y otro grupo de jóvenes.
Aunque el reclamo resulte legítimo, no sé si la forma lo es, entonces aflora en mí otra pregunta ¿el fin justifica los medios?
El periodista se dirigía al padre casi a los gritos, el otro al principio no acusaba recibo, lo que hacía que además de su apariencia física pasara como un flor de…, no me quiero prender en la grosería, pero como Fontanarrosa decía que no había palabras buenas ni malas, apoyándome en el maestro diría que pasaba como un flor de pelotudo, porque como dijo el rosarino frente a los capos de la Real Academia Española no es lo mismo decir que un tipo es tonto a que es un pelotudo.
A los gritos el periodista le informaba al padre que estaba siendo cómplice de su hijo en un delito, (la toma del colegio), como si alguien en éste país fuera preso por eso…El siliconado padre al mejor estilo de conocido chocolatero, al fin acusó recibo y se sacó la cucaracha de la oreja no sin advertirle primero que no tenía derecho de decirle como debía criar a su pequeño monstruito adolescente.
Acto seguido, una joven se pone el adminículo negro en su oreja y comienza hablar con el periodista, de igual a igual, cuando éste le dice niña, ¡para qué! Le refutó que ella no era ninguna niña, que tenía dieciocho años y que el reclamo era justo porque parece que el Jefe de Gobierno, sólo se dedica a poner lucecitas en algunos barrios coquetos, pero de las escuelas y hospitales, ni hablar. Si mi viejo estuviera me diría: si vos llegás a hacer lo que éstos chicos, te pego un patada en el upite (en realidad me diría culo), y te ibas a dejar de joder, y eso que yo era bastante rebelde, algunas bombitas de olor podía ser la máxima travesura, pero no tomadora de colegios y menos se me hubiera ocurrido por más válido que fuera el reclamo decirle a mi padre que me acompañara. Le pido por favor a los derechos humanos que no piense que mi viejito era un golpeador, nada que ver, jamás me puso la mano encima. Sólo nos miraba a mi hermano y a mí, tenía autoridad no autoritarismo, porque viste? Si no, acá se confunden los tantos.
Una profesora intentó entrar, habló con los periodistas con una cancha bárbara, se ve que le gustaban las cámaras, cucaracha en oreja, entreabre la puerta y con cara de carnero degollado le pide permiso a los alumnos que por supuesto le fue denegado. La mujer casi da una conferencia de prensa, o una clase magistral explicando que el término adolescente, viene de adolecer (sufrimiento, rebeldía, crisis, duelo) y no sé cuántas huevadas más. El reclamo es legítimo, pero me pregunto, ¿estarán los chicos confundidos con esto de los límites? ¿o los padres? Creo que estamos confundidos todos, vemos con una naturalidad pasmosa como un dirigente toma una comisaría, el hijo de un camionero destroza las oficinas de una conocida autopista, un secretario que supuestamente maneja entre otras cosas los números del INDEC, reparte guantes de box y cascos en una reunión para que nadie salga herido en la votación de un decreto o no sé qué corno. ¿Cómo terminó todo? El Ministro de Educación les mandó pizza y coca a los chicos y a los padres, por un momento creí que estaba viendo una toma de rehenes. Ah, me olvidaba uno se quejó porque no le llevaron faina.

Graciela Pera
29 de agosto de 2010