lunes, 10 de enero de 2011
La ventana
Estoy sentada aquí, mirando de frente el Paraná Guazú, son las seis de la mañana y como tantas otras veces, el insomnio se apoderó de mí, desde hace más de dos horas. Está nublado y es imponente ver la majestuosidad del río, las copas de los árboles meciéndose por el fuerte viento Sur, aunque aún el río no ha crecido, no se produjo todavía la tan temida sudestada. El cielo está plomizo, pero aquí en Entre Ríos, camino a Ibicuy nunca se sabe, en cualquier momento se despeja y aparece ése recalcitrante sol que te perfora los huesos y la sesera. Por la mañana hacen su coro de ángeles los pájaros y las gallinas, pero el gallo macho impone su chillido anunciando la aurora. Yo, mujer de ciudad, porteña, jamás imaginé estar en éste lugar, son extrañas las vicisitudes del destino…Aquí todo es más imponente y omnipresente, la naturaleza en estado puro. No hay pescadores en el muelle ya que el viento no es favorable, si pescas a flote tal vez tengas suerte que pique algún dorado, el tigre de los ríos, es increíble cómo se defienden éstos bichos, alguna que otra palometa más conocida como piraña, pejerrey es raro. Ayer los chicos de acá mataron dos yarará, entre verduscas y marroncitas, como para confundirse bien las ladinas con la topografía del lugar, si vas cerca de los yuyos es muy probable que no te des cuenta que andan por ahí mimetizándose con el terreno, bicho traicionero, pero seguramente no tanto como el humano. Ella lo es por instinto, por su naturaleza intrínseca, el hombre no. En general huyen del humano ¿por qué será? Atacan sólo si ven un peligro cerca, el humano se asemeja más a la hiena, es capaz de clavarte la puñalada acompañada de una sonrisita falsa. El río es marrón, si uno se mete no ve que hay abajo, sentís algunas cosas que te pasan por las piernas, quizás alguna mojarra, que con suerte pueda llegar a adulta si no la pescan antes con un mojarrero y la usan luego para carnada de algún armado, que a su vez sirva de comida para el tan ansiado dorado, la cadena alimentaria, no natural sino para saciar los apetitos deportivos del hombre, quien siempre rompe el ecosistema, incluso con los hombres. En medio de semejante cielo plomizo, se filtran algunos rayos de sol, el silencio es profundo, salvo los pájaros. Si te metes en el río, también tenés que ser cuidadoso, las corrientes que hay debajo son traicioneras, no como el hombre, ellas lo son por propia naturaleza, el hombre las va moldeando, pergueñando. Aquí el lecho del río es barroso, como un chocolate donde tus pies se entierran en el, como en esos spa que te ofrecen terapias con barro, acá tenés para tirar para arriba, sería un buen emprendimiento, otra característica de los humanos en donde nada como pez en el agua, hablando de lo ictícola, es que se cree todo lo que le venden, porque su naturaleza narcisista así se lo impone. ¡Entre a nuestro SPA! Le ofrecemos los mejores tratamientos con barros extraídos especialmente del Paraná Guazú, van y compran y ni siquiera tienen el mínimo sentido de pensar que los que los va a mantener jóvenes es la paz interior, no ningún barro y también es relativo la vejez y la muerte acechan en todos los rincones. Sin embargo está para pensarlo… Agarras a una cuantas viejas chotas, las pones en pelotas y las llenas con ese barro pegajoso, le cobras unos buenos mangos y las viejas se van chochas, ya no tan chotas, o al menos eso creen. Puro narcisismo. Guazú que significa no sé en qué lengua, será alguna de los antiguos pobladores de la zona, agua grande, en verdad es grande. Sentada desde aquí calculo que entre orilla a orilla debe haber dos mil metros y en el medio una profundidad de cincuenta. La última inundación que duró varios meses, no sé si por efecto del niño, la niña o el tatarabuelo, secó (aunque suene paradójico) un ceibo hermoso que había cerquita de la cabaña, aunque aquí está lleno de los árboles de la flor nacional, esa coloradita, tan linda. Desde la ventana puedo observar cuando encienden o apagan, cuando amanece o anochece, las luces del segundo puente y ni que hablar del festival de estrellas que se observan en éste cielo inconmensurablemente no ya azul, sino casi negro azabache. Los camiones que pasan por el puente parecen hormiguitas chiquiiitas, chiquiiitas. Si clavas la vista fija en los pajonales, podes ver alguna comadreja, carpincho o nutria, yo no me le animo, pero como siempre la depredación humana hacen que sean muy buscados, según parece son un manjar. Te decía que entre costa y costa hay mucha distancia, sin embargo como con un efecto de eco podés escuchar perfectamente en ésta inmensa soledad lo que hablan los humanos que se encuentran en la otra orilla. La tranquilidad se rompe mientras pasa un pequeño bote a motor que seguramente irá tripulado por algún pescador que va a controlar los espineles que dejó toda la noche. De vez en cuando algún barco carguero (muy pocos), la mayoría doblan en un canal y se dirigen a San Pedro o a Rosario, entonces te da la impresión mientras miras desde la ventana que va por entremedio de los árboles, porque sólo se asoma su chimenea, resulta gracioso. Algunas leyendas de la zona, dicen que acá cerquita estaba el aguantadero del Gordo Valor y la Garza Sosa, otras dicen que aún está, pero vaya a saber si es verdá (como diría el paisano). Hay mucha gente rubia curtida por el sol, algunas con profundos surcos en el rostro, son por las diferentes inmigraciones de italianos, alemanes y no sé que otras yerbas. Cambió el viento, está soplando del Norte y el río que estaba picadito, se planchó, más lindo para pescar a flote, así no te arrastra la boya. Es un lugar hermoso, pero tiene sus pro y sus contras, como todo en la vida. A las veinte y quince en punto (ya lo tengo calculado), dura más menos una hora, te tenés que meter dentro de la cabaña porque los mosquitos (aunque son más chiquitos que los que hay en Tigre) te llevan en andas. En época de verano, algunas veces tenés que cenar con la luz apagada, porque vienen unas mariposas que aunque no pican se te meten por todos lados, luego a la mañana cuando te levantas dejan un polvo amarillo que si lo tocas te mete un ardor de la hostia. Ese polvo amarillo si no lo sacas forman las gatas peludas. De cuando en cuando, algún barco arenero clava su gigantesca ancla en medio del Guazú y comienza a sacar arena seguramente para vender, en el medio del río sí hay arena en vez de barro. Es tanto el silencio que a pesar de que el tren pasa a cinco cuadras se oye como si lo tuvieras al lado, algo que en la cloaca sonora de la ciudad seguramente ni se notaría. Otro día te voy a contar sobre el pueblito de Brazo Largo y mi viajecito a Ibicuy con su vieja estación Holt, donde parece que el tiempo se hubiera detenido. Como dijo Lucio V. Mansilla ¿será cierto que la civilización es corruptora?
Graciela Pera
8-1-2011
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